Los átomos disgregados
se transforman,
en su convergencia,
en la corpórea belleza
de un ser vivo,
quizá en la de una flor
de principios de abril.
Una flor que será cortada
para que su efímero esplendor
se contemple en un húmedo florero,
o en el peor de los casos,
sobre una lápida funeraria.
Sin embargo,
aquél que corte la flor
no atrapará su belleza,
y la sangre derramada
un lunes lluvioso
volverá a tener
un sentido renovador
la próxima primavera.
Jose D.
No hay comentarios:
Publicar un comentario